top of page

Relatos cortos

portada9.gif

“The Hurricane John”

 

Necesitábamos viajar desde North Carolina de regreso a Miami, después de algunos años distanciados de todos, por la carretera I-95 que va por toda la costa este de EU.

Esa mañana la lluvia comenzó ligeramente, pero según transcurrían los minutos, se hizo imposible conducir

como pensábamos. Fue entonces que recordamos un lugar algo cerca de donde vivíamos, y poder ir en un “Bote ferri” donde podíamos llevar el auto sin necesidad de conducir por tantas horas. El recorrido sería igual por toda la costa, solo que el costo podría ser algo mayor de lo presupuestado, pero al menos descansaríamos en el viaje y no gastaríamos en gasolina.

Tan solo nos llevó una hora llegar al lugar, que un poco antes ya se sentía ese olor a salitre tan especial de cualquier costa. Algunas gaviotas también anunciaban que estábamos cerca y una valla en la carretera bastante desgastada por el tiempo, nos anunciaba el lugar. El mapa que sacamos de internet nos estaba guiando perfectamente al muelle donde teníamos hecha la reservación de nuestro espacio, principalmente la del auto. Claro, todavía una vieja carretera entre medio de un espeso bosque, nos custodiaba hasta el final de un muelle de madera y hierros algo oxidados a orillas de un rio. Allí se encontraba la entrada para el ferri llamado “Hurricane John”, perteneciente a la compañía “Nostromo Inc.”, con base en Connecticut. Según la información que habíamos obtenido, partiría esta tarde desde este muelle por el rio, hasta la costa y de ahí, rumbo a otro rio en la bahía de la Miami.

Nunca antes habíamos viajado en este tipo de transporte marítimo y con toda seguridad lo disfrutaríamos como los niños inclusive antes de ir a un parque o recibir un juguete nuevo. La aventura siempre nos ha acompañado, pero siempre ha sido por carretera, nunca antes de esta forma. El mar siempre es una de las más grandes sorpresas que puede enfrentar una persona.

El Océano Atlántico es una cosa muy seria y estaremos expuestos a toda su calma o furia y a la historia que envuelven sus aguas. Tiene forma de ese o z y un área cercana a los 106,4 millones de km2, siendo el segundo en extensión, después del Océano Pacífico, y cubre aproximadamente el 20% de la superficie de la Tierra. Su volumen de agua es de 354,7 millones de km3 si se cuentan los mares adyacentes, o de 323,6 si no se cuentan. Toda esta información la obtuvimos de Internet y verdaderamente es algo grandioso y preocupante en todos los sentidos.

A la llegada, en el estacionamiento donde debemos situarnos antes de embarcar, pudimos ver en la distancia a muchos de los marinos que se encargan de asistir este tipo de embarcaciones. Todos los bordes del rio, están cubiertos por grandes rocas que sirven de contención cuando la marea sube y los límites del rio suben su agua. Algunas marcas en aquellas grandes y pesadas rocas, indican los diferentes niveles y resultaba peligroso caminar por la orilla como en cualquier rio, ya que a simple vista resultaban resbalosas.

A lo lejos la imagen del puente que cruza el rio de una orilla a otra, hace que la carretera principal de toda esta costa continúe su recorrido hasta el final del país hacia el norte. En el otro extremo de donde nos encontrábamos, todavía se podía ver a algunos niños que hacían volar algunas cometas con el fuerte aire que circulaba desde el bravío Océano Atlántico. A nuestra derecha, se podía ver un cementerio prácticamente abandonado, con pocas lápidas que con mucha valentía, se imponen al tiempo que han sufrido. Algunas personas cerca del muelle, nos comentaban que de alguna manera allí descansaban un grupo de marineros que se refugió del mar en una noche de tormentas hace muchos años atrás. Otros explicaban que fue un velero de lujo, que transportaba las pertenencias de una familia muy adinerada de los primeros habitantes de esta zona. Lo cierto era que los únicos testigos de todo aquello, solo eran los pedazos de lapidas que aun quedaban en pie.

La tarde llegaba a su fin y luego de alguna información requerida para embarcar en aquel casco viejo del Ferri, conducimos el auto con mucho cuidado y ayuda de un guía. Justamente en aquel último instante, la lluvia que nos visitó en nuestra casa, llegó a este lugar y todos fuimos a guarecernos en el área bajo techo que dispone este tipo de transportación a sus viajeros.

En unos minutos, un fuerte sonido de la bocina de aquella embarcación, nos dejaba saber que debíamos estar en su sitio. Una fuerte neblina llegó antes de la noche con algo de frialdad que convertía la atmosfera en un fresco desolado. Un par de pitazos y comenzamos a dejar aquel viejo muelle cerca del cementerio olvidado. Poco a poco y aparentando no moverse, aquel cascaron de ferri cargado de autos, mercancías y personas, pasamos por debajo de donde en otras ocasiones fuimos en auto, el puente de la carretera que divide casi dos mundos en la distancia.

Hasta donde alcanzaba la vista, un nebuloso horizonte se dejaba ver y justo por aquella angosta desembocadura del rio, comenzaríamos a surcar todo un mar gris a la vista y profundo en todo su interior.

Todo era extraño para nosotros. Tanto el personal que trabajaba, seguro por orden de algún capitán igual que en las películas, como toda la estructura algo descascarada de nuestro transbordador, hacia pensar que alguna cosa no andaba bien. De haberlo sabido con anterioridad, hubiésemos preferido la carretera con lluvia que al aire que se respiraba y llegaba desde el mismo infinito océano. La costa se alejaba a pesar de que algunas luces se podían distinguir y nos brindaba la posibilidad de saber que nos movíamos realmente.

Luego de algo mas de una hora, decidimos pasar al auto para al menos, estar algo mas cómodos que aquellos bancos de pino verde muy usados por muchos viajeros. Con algo de nuestra mejor música, pasamos un buen momento y al bajar las ventanillas, recibimos ese aire refrescante del mar con un profundo y aromático salitre que inunda el alma y calma cualquier sufrimiento o pesar.

Nos debimos haber quedado algo dormidos, esa fue la impresión que recibimos, cuando el aire de la tormenta que al parecer comenzaba a formarse detrás de todos nosotros, nos hizo levantar nuestras cabezas de los asientos del auto. Tuvimos que subir las ventanillas, la lluvia era fuerte.

Por los altos parlantes de toda la embarcación, se anunciaba que la trayectoria iba a ser detenida debido al mal tiempo. Atracaríamos en otro muelle cerca y los autos deberían ser sacados hacia el muelle, era solo una precaución y no teníamos otra alternativa. El capitán en persona pidió disculpas y la compañía dueña de la embarcación, devolvería el costo de la reservación.

Cerca del muelle, había un enorme estacionamiento y decidimos esperar allí hasta que la tormenta pasara un poco, al menos sus fuertes aires más que la lluvia. Por el momento, no podíamos salir del auto, la lluvia era torrencial con mucho aire en forma de ráfagas y fuertes relámpagos, era una tormenta y no sabíamos nada de su existencia. La radio que escuchábamos dejó de funcionar y al intentar otras, fue imposible debido a la interferencia que nos llegaba por la tempestad.

Para continuar con esta historia, ir a "CONTACTO", envíe un mensaje y le responderé con el resto, gracias por su tiempo y apreciación.

Derechos reservados de Arturo A. Palomino
bottom of page