Arturo Palomino
Mis historias


Mi vecina Estelita
Mientras transcurría aquel tiempo, debí de haber tenido unos 12 años y entre las chicas de mas o menos esa edad, no había muy buena opción, además, a esa edad la mente la tienes mas en los juegos callejeros y no se piensa mucho en las chicas del barrio. De todas maneras, la muchacha hermosa de toda la “Loma”, era sin lugar a dudas Estelita, al menos para mí y el grupo de amigos que siempre intentábamos mirarla de reojo cuando salía en las tardes de la cuartería. Fresca y acabada de bañar con el pelo algo mojado, talco en su cuello y un olor a colonia barata que dejaba un ligero aroma en el ambiente al pasear por aquella acera, o al cruzar la calle y sentarse en el murito de la casa de Martha. Realmente casi siempre todo aquel grupo nos sentábamos en la sala de mi casa a disfrutar de los muslos de Estelita cuando cruzaba sus piernas.
La familia de Estelita era numerosa y vivían en la parte donde los cuartos eran dobles. La madre se llamaba como ella Estela, y también vivían allí tres nietos.
Estelita tendría unos 18 años y realmente tenía unas proporciones espectaculares y un rostro siempre sonriente y provocador. El comentario de la barriada era que la vieja Estela, había sido en sus buenos tiempos algo ligera de cascos en su vida personal y que su hija mayor (que no vivía en aquel lugar), había sacado las mismas ligerezas de la madre. Lo que si era cierto, era que Estela, cuando se enfadaba con alguien, las palabras más ofensivas jamás dichas por nadie, salían de aquella boca temida por todos en el barrio.
Una de aquellas tardes de un ardiente verano, mi padre me pidió que llevara un par de zapatos al cuarto de Estela que días atrás ella misma había ordenado reparar. Era algo simple, dejar los zapatos, decir el precio y regresar con el dinero a mi padre. Después, podría seguir con mis juegos callejeros si no tenía otra cosa mejor que hacer. Aquella tarea era fácil y siempre lograba hacerlo, pero en esta ocasión las cosas se complicaron para mí a mis 12 años, en el cuarto donde vivía Estelita con su madre y los tres sobrinos.
En la entrada de aquellos cuartos, generalmente durante el día la puerta siempre permanece abierta. En la mayoría de los cuartos, tan solo una cortina deja pasar el aire y permite cierta privacidad interior. Lo común era preguntar antes de entrar y en esta ocasión no hubo respuesta a mi llamado. Descorrí la cortina y pase al primer espacio, que por lo regular servía de sala o lugar de estar diariamente los que habitan estos cuartos. En la otra puerta del siguiente cuarto, otra cortina impedía se viese su interior.
- ¿Estela… Estela...? – dije un par de veces.
¿Quién es? – me respondió la voz de Estelita desde el interior de aquel cuarto a través de la cortina.
- Es Arturito el hijo del zapatero…le traigo unos zapatos que Estela mando a reparar – le respondí sin saber las consecuencias en ese instante.
- Arturito, me estoy bañando…me puedes alcanzar la toalla que se me olvidó encima del sillón de la sala – me dijo con cierta picardía en su voz.
Verdaderamente han pasado muchos años y aun recuerdo lo tembloroso que me puse y como el sudor había comenzado a brotar por todo mi cuerpo. Miré a mi alrededor y justamente a un lado de la sala, se encontraba el único sillón con una toalla encima. No sabía que hacer. De momento tenía deseos de dejar los zapatos de Estela encima de aquel sillón y salir corriendo en busca de la calle que era mi mejor refugio.
- ¡Apúrate Arturito que tengo frio! – me dijo Estelita.
En un impulso por querer salir de allí lo antes posible, tomé la toalla y avancé algunos pasos hasta quedar bien cerca de la cortina que nos separaba.
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